Un hombre combate en la guerra de las Malvinas. Lleva tropas, busca caídos tras las líneas, es atacado por Harriers, ve aparecerse la cara de su compañero en la parte de atrás del helicóptero “como en una escena subdesarrollada de Star Wars”, sobrevive, le anuncian la rendición, regresa a Buenos Aires, nadie va a recibirlo, se toma un taxi, el taxista dice que los soldados son unos cagones. Tiempo después, su mujer lo deja. Años después el hombre, en un gimnasio de Palermo, integra un grupo de contención para divorciados. Al unísono, los hombres se golpean el pecho y gritan esa palabra que nombra lo que han perdido. "Yo", gritan a coro. "Yo, yo, yo". En otro lugar, en otro tiempo, otro hombre (su hijo) espera un mensaje en el Muro. Dice Muro porque le da vergüenza mencionar una red social por su nombre. Igual que antes su padre, fue dejado por una mujer. Igual que a su padre, le faltan las palabras. Ha viajado por el mundo, ha conocido gente, y ahora ni siquiera tiene ganas de hacer el amor. Se le ocurre la idea del siglo: ¿y si todos pensaran la frase o la cita perfecta y en vez de escribirla en su Muro se la guardaran? ¿No se convertiría el Muro entonces en un necesario espejo, que nos recuerda quiénes somos pero no se lo muestra al mundo, para que el mundo no lo corrija? Esta es una historia de dos postraciones. En un doble relato sinuoso, Joaquín Sánchez Mariño cuenta la historia de este hijo irónico, vulnerable, dueño de una inteligencia siempre alerta a los propios ridículos, en paralelo con la historia del padre ex combatiente, divorciado y diabético. La derrota funciona como lugar de encuentro. El lenguaje de Sánchez Mariño, entre la fabulación y el humor, convierte hechos cotidianos en épicos. No menos fatal que la caída de Puerto Argentino es el frasco de perfume de su madre que rompe por accidente. La amistad entre los soldados de Malvinas es tan entrañable como la cerveza que el hijo comparte con un cartonero en el Buenos Aires posterior al 2001. Tan peligrosos como la misión del padre en los Balcanes son los viajes de mochilero del hijo por China o Birmania. Pasado y presente se reflejan, se iluminan, se potencian en forma vertiginosa hasta retratar, con una maestría insólita en la actual literatura argentina, una época inolvidable. GONZALO GARCÉS